viernes, 28 de septiembre de 2018

Mi historia en la radio: (Capítulo III) Una tarde sin música

Hoy me apetece contar una experiencia en la radio, que vista hoy día después de veinte años me resulta graciosa, pero que cuando la viví me pareció la que podría ser la más horrible que se puede pasar en una emisora de radio.
Ocurrió en agosto del año 1989, me acuerdo perfectamente porque estos fueron los únicos seis meses que he trabajado en una emisora legal. Bueno legal hasta que después de que consiguió cargarse a la emisora “pirata”, pero alegre, divertida y fresca, que existía en Sanlúcar, y terminó convirtiéndose en un poste que servía y sirve únicamente de repetidor de la cadena, para tener más cobertura, pero de programación local ni pun.
Bueno también estuve, esta vez en compañía de los dos mejores compañeros de radio que se ha podido tener, Ángel Ceballos y Juan Antonio Caro, durante varios años haciendo las mañanas de los sábados y los domingos, en otra emisora de radio local que también terminó convertida en un poste repetidor de la misma cadena, pero de eso hablaré otro día.
En el verano del año 1989 me llamaron de esa radio, que ni siquiera voy a nombrar, para hacerme un contrato para que me encargara de hacer un programa las tardes radiofónicas. Recuerdo que me trataron como a toda una estrella local e incluso me llevaron para tratar del contrato a Bajo de Guía, a Casa Bigote. No estuvo mal y además aunque el contrato era sólo de seis meses, cobraba más por dos horitas que mis compañeros que estaban todo el pringaos.
- Pero te tienes que encargar también de buscar publicidad y te llevas el 20% de lo que se contrate.
- Lo tienes claro, pensé yo entre langostino y langostino.
Yo asentí con la cabeza y miré el contrato, pero en el contrato no ponía que era mi obligación buscar publicidad, sino que sólo especificaba que debía hacer un programa diario de dos horas, de lunes a viernes. Después, muy listos ellos, habían puesto un artículo que decía que cobraría el 20% de la publicidad que buscase, pero en ningún momento me obligaba a buscarla.
Les puedo asegurar que a mí en esos momentos me importaba tres pimientos trabajar o no en la radio, entre otras cosas porque ese mismo mes había empezado a trabajar en otro sitio, donde continuo ahora, y allí ganaba como cuatro veces más que en la radio, pero me apetecía jugar con los que habían estado tanto tiempo jugando conmigo, con mis compañeros y puteándonos a base de bien y además era una cuestión de vanidad el estar seis meses allí.
Les puedo asegurar que no busqué ni una publicidad, entre otras cosas porque si existe en este mundo algo que me reviente es ponerme a buscar publicidad. Cada uno sirve para lo que sirve.
Como era de esperar los meses pasaron y pronto llegó el momento de finalización del contrato. Me llamó el director, esta vez no vino el dueño de la emisora, con lo cual ya no fuimos a Casa Bigote y nos tuvimos que conformar con una cervecita frente a mi otro trabajo.
- Mira, que he estado hablando con don Fernando y me ha dicho que las cosas no van bien y que no puede renovarte el contrato.
- No, si yo hoy te iba a decir que no puedo seguir. Me es muy complicado compaginar los dos trabajos y como comprenderás….
- Pero existe otro problema.
- ¿Otro?.
- Si, es que se me ha olvidado enviarte la comunicación de cese del contrato con los quince días de antelación.
- Ah, bien.
- Y quería pedirte el favor de que me lo firmaras.
- Ah, sin ningún problema. ¿Con que fecha quieres que te lo firme?.
Anda picha, que ni a los “piratas” se nos habría pasado una tontería tan grande, porque si yo hubiese querido les habría costado el dinerito. No mucho, pero bueno.
Aunque lo que yo les quería contar de aquella emisora, para que vean como funcionaban, es que cuando un día llegué a las tres y medias, a esta horita no me extraña que firmara el finiquito, para preparar un poquillo el programa que comenzaba a las 16’30, y me encontré con el compañero que se suponía que era el jefe local y me dice.
- Antonio, hoy no puedes poner música.
- ¡¿Comoooooo?!.
- Si, que no puedes poner música. Solo hablar y publicidad.
- Como voy a hacer un programa así, además sin preparar nada y sin posibilidad de prepararlo. No me da tiempo. Tu sabes que yo me comento una noticia y luego pongo una canción.
- Pues hoy no puedes poner música.
- ¿Ninguna música?. Supongo que la sintonía del programa si, ¿o tampoco?.
- Si, pero una para todo el programa. Tampoco como sueles hacer de ponerte varias músicas de apoyo.
- ¿Y eso a que se debe?. ¿Se van a gastar los discos?.
- No, es que durante tu programa va a estar aquí un tio de la Sociedad de Autores anotando las canciones que pones.
- Ah, que además tengo que hacer el programa con público.
Por lo visto la estúpida idea era que el señor de la Sociedad de Autores creyera que en esa emisora de radio no se ponía música y que su única programación era un gili leyendo chorradas del Diario de Cádiz. Al encenderse la lucecita roja de abrir el micrófono se me encendió en mi cerebro una de lo que hacer.
- Ah, no quieren música, pues tendrán publicidad y además gratuita.
Así que cada cuatro o cinco minutos de comentarios ponía seis o siete cuñas publicitarias y así me daba tiempo a respirar y a buscar otra noticia que comentar, que comenté hasta las esquelas mortuorias.
Al terminar el programa el señor de la Sociedad de Autores se acercó a mi y me dijo:
- Que cosas te hacen hacer. De todas formas felicidades, porque has conseguido estar dos horas sin poner una canción y además con un montón de publicidad.
Yo pensé.
- Gratuita, pero publicidad.
Cuando se fue el de la Sociedad de Autores, se acercó a mi el encargado local y me dice.
- Quillo, que has puesto una jarta de anuncios. A ver que dicen ahora en Jerez.
A lo que yo me limité a contestar:

- Vete a hacer puñetas.

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