martes, 3 de noviembre de 2015

La rosa de la escombrera

A esa rosa que lo fue todo, que se encontraba en una de las mejores casas de la zona, que lo fue todo en la casa. A esa rosa que recibía cuidados y mimos todos los días, y que seguramente servía para adornar los mejores centros de la casa.
Ese rosal que adornaba la casa del potentado de uno de los mejores lugares de Sanlúcar de Barrameda, convirtiéndola en envidia del pago.
Ese rosal que un día quedó huérfano cuando los dueños decidieron que ya era hora de convertir la casa en solar, que iba siendo tiempo de que el ladrillo campase en ese jardín y convertirlo en billetes.
A ese rosal que quedó destartalado en medio de la desolación de los derribos en una esquina apartada.
A ese rosal que vio como la cántara de la lechera se rompía en medio de la crisis y no tuvo más remedio que intentar sobrevivir entre los escombros, el polvo, de la añoranza de lo que fue, para convertirse en el rosal que crece con la ayuda del viento que lo zamarrea y el agua que del cielo cae, como única forma de alimentarse, haciéndose duro.
A ese rosal que tuvo que aclimatarse aprendiendo de las amarillas margaritas, los cardos borriqueros y la verdolaga, que la vida es dura y es imprescindible sobrevivir.
A esa rosa de hasta pinches antiguos, que hoy les han obligado a ser asépticas porque nuestros dedos ya no permiten ni siquiera pinchazos de rosas, que esta mañana se encontraba entre escombros, charcos y basura que dejan los que los fines de semana convierten el lugar en discoteca ambulante.
A esa rosa que ahora adornara mi mesa durante unos días.

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