Esta mañana me apetecía dar una vueltecita, debe ser porque
ha amanecido bonito, templado, aunque con sus nubes, que tampoco me molestan.
No lo pensé, pero sin decidirlo llegué a esa zona solitaria
de Las Piletas que me gusta tanto, aunque me gustaría mucho más si los cafres
no se dedicaran a tirar allí escombros y hasta algún retrete o sofá, como si no
existieran lugares indicados para ellos. Claro que eso debe ser cuestión de los
que son muy limpios en su casa y totalmente cochambrosos cuando salen de la
puerta para afuera.
Pero hoy solo quiero ver lo bonito y hoy es un día de
margaritas. Esa parte del campo, porque aunque algunos se empeñen en lo
contrario, aquello es campo, que esta colonizado por las plantas, las flores y las
yerbas silvestres, no por ello menos bonitas. Está dominado por los pájaros que
cantan libres, aunque pueda parecer una cursilería. Se escucha el silencio de
los pájaros, el silencio de algún grillo y hasta el silencio de una rana, que
hacía siglos que no las escuchaba.
Y hasta en el escaparate de una tienda de la Avenida Quinto Centenario
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