Hace unos años tuve una experiencia que me gustaría contar porque creo que es parecida a lo que deben sentir los famosos, famosillos y famosetes con los ataques de las cámaras, micros, vídeos y ahora hasta con los teléfonos móviles que tienen opciones para todo, hasta para sacarte mientras meas entre coche y coche o grabarte mientras le cuentas algo íntimo y personal a ese amigo de copas en el que te refugias cuando empiezas a estar mal.
En ese tiempo trabajaba un servidor para la radio, por supuesto pirata, y para uno de esos periódicos de provincias, que suelen llamar corresponsal al que tienen en el pueblo pagándole tres pesetas por que le rellene una página.
Aquel día tocaba la presentación de una de las fiestas de ese pueblo, llamado Sanlúcar de Barrameda en la provincia, en este caso la provincia de al lado.
Para hacer una presentación rimbombante y de postín no se le ocurrió al señor concejal del evento otra cosa que montar a las fuerzas vivas de la ciudad, entiéndase a los presidentes de las asociaciones de vecinos, recreativas, deportivas, culturales, algunas personalidades locales, vamos los VIP de todo a cien y por supuesto los medios informativos, y meterlos a las ocho de la mañana en un par de autobuses y llevarlos a la localidad de la presentación.
Allí llegamos como a las diez de la mañana, con más hambre que un caracol en la vela de un barco, porque a los organizadores sólo se les ocurrió darnos en el camino una copita de vino moscatel, y a mí me pareció un poco cateto y provocador lo de llevarme el bocadillo de tortilla que tenía pensado. Bueno y también porque pensé que pararíamos por el camino a desayunar. Po no.
Toda la mañana nos tuvieron de aquí para allá, como puta por rastrojo, y en medio si aproveché para parar en un almacén y comprarme un bocadillo de chorizo que me supo a gloria.
A la una de la tarde era la recepción en el Ayuntamiento de Sevilla, que era donde se presentaba el cartel festivo, y allí si hubo algo de comer, sobre todo algún remedo de canapé pijo, pero que yo diría que más bien los habían sacado de un chino, en el supuesto que en aquellos tiempos existiesen tiendas de chino. ¿No es eso lo que suelen poner todos los ayuntamientos en sus actos protocolarios?.
Sobre las dos de la tarde ya se había acabado la presentación y los canapés mucho antes, pero no las sorpresas, porque ya nos habían informado que la vuelta la realizaríamos en barco. Sí, he dicho en barco. Pero en barco en plan crucero cutre, es decir que nos metieron en el barquito de la Marina a las dos de la tarde y salimos del mismo a las ocho, quedando hasta el gorro del barquito, del ideal paisaje, de tanto canapé repetido y ya seco, de tanto baile de sevillanas, porque que es un buen viaje que se precie sin un grupo de sevillanas que lo anime y doscientos cubatas de más, que eso si, cubatas había para hartar, aun con el peligro que alguno terminase formando parte del lecho del Guadalquivir. Claro que a lo mejor es que sin los cubatas no había nadie que soportara el viajito, que de haber durado hora y media o si hubiese podido disfrutar del maravilloso paisaje y hacer fotos habría sido maravilloso.
Claro que como todos sabemos, si algo está mal, siempre cabe la posibilidad de empeore hasta extremos infinitos, aquí no iba a ser menos.
Además del lento circular del barco, los canapés secos, las bebidas ya calientes, las sevillanas archirrepetidas y los compañeros de viaje que me importaban tres pimientos pero que con los efluvios etílicos trataban de ser los más simpáticos y agradables sin conseguirlo, lo peor del viaje fue que entre los invitados estaban dos televisiones locales, que ese pueblo era el más moderno del país y tenían entonces dos teles y por supuesto cada uno de ellas llevaba su cámara, que no sé donde coño sacó tanta batería y sus preguntadores jartibles
¿Se imaginan ustedes lo que es estar durante horas y horas con una cámara en el cogote? Una cámara que no paraba para nada y que te pillaba a traición en cuanto podía. No sé a los demás pasajeros, pero a mí me tenían completamente nervioso y en algún momento llego al histerismo. Nunca entenderé que merito puede tener verme comer, charlar, reír o rascarme los cataplines, porque nos sacaban estuviésemos haciendo lo que fuera, con la mala interpretación que da una imagen de televisión cortada en el momento inoportuno. ¿Todo el día comiendo? ¿Solo va para beber? ¿A quién estaba toqueteando?, y pueden seguir imaginando.
Ese día juré, y lo he cumplido, que nunca ¡Nunca! Más iría a algo parecido, ni pagándome.
Nota1: No tengo fotos de este viaje porque de haberlas tenido alguna vez las habría roto.
Nota2: ¿Se imaginan lo que puede ser un barco con todos sus suelos metalicos pintados con pintura deslizante para una persona con bastones?. Pues imaginen, porque yo en aquella época llevaba bastones.
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