domingo, 24 de enero de 2010

Del lat. praepotens - entis

Si existe en este mundo un defecto que odio profundamente es la prepotencia y la soberbia ante los demás, sobre todo cuando esa soberbia y prepotencia está basada en la superioridad por alguna circunstancia. Es simplemente odioso aprovecharse de esa superioridad para tratar de avasallar, someter, dominar, humillar o simplemente atropellar al otro.
Estos días, por algunas circunstancias he tenido que vivir ciertas situaciones en las que han primado la prepotencia, y además lo peor de todo es que aunque uno sabe que debería contestar o rebelarse no lo hace porque teme que aun pueda empeorar la situación.
En estos artículos suelo hablar bastante de los políticos, tanto del equipo de gobierno como de la oposición, pero hoy no me refiero a ellos precisamente, quizás porque los políticos contra el vicio de la prepotencia tienen el antídoto de tener que enfrentarse cada cuatro años a un proceso electoral.
No, no me estoy refiriendo hoy a los políticos en este artículo, que algunos también existen con su punto de prepotencia, que de todo está llena la viña del señor, sino que me refiero a otros que aprovechando que tienen el cargo para toda la vida se creen que tienen el mundo a sus pies, con personas incluidas, por no decir otra frase que me parece un tanto irreverente.
Hace unos días me ocurrió una tontería que me afectó muchísimo por las formas. Me llama alguien por teléfono, que no voy a contar pero que cada cual imagine lo que quiera, y su forma de entrar en la conversación fue:
- ¿Quién es usted?
¿Cómo?, pensé. Lo educado e incluso lo normal es presentarse primero y seguidamente preguntar con quien se habla. Pues no. Esa persona no podía tratarme de usted a usted, que no pedía yo de tu a tu, sino que su toque de prepotencia le hacía comenzar así de mal, y claro a partir de este momento la cosa fue a peor y no terminó como el rosario de la aurora porque me precio de tener más educación.
Les puedo asegurar que ahora, en este momento me importa tres pimientos lo que dijera y como lo dijera, cuando además no tenía ni mijita de razón y eso me recuerda que casi siempre esos prepotentes se aprovechan de la prudencia de los demás, que no los/las mandamos a hacer puñetas de la forma más clara posible.
Esto me recuerda una consulta que me hizo un conocido hace algunos años cuando alguien le dijo que yo había hecho un curso de protocolo. Ese conocido tenía una pequeña empresa y debía enviarle una carta a una alta personalidad. Esta persona llama al alto cargo para preguntarle donde podía enviarle la carta para un asunto personal, que no del cargo que ocupaba esa persona, y además de darle la dirección le dice: “Ponga Ilustrísimo Señor….”. ¿Cómo?
Uno, que cuando era más joven se fue a Barcelona para hacer un curso de protocolo en el que participaba, entre otros, el Jefe de Protocolo de la Casa Real. Curso que por cierto no me ha servido absolutamente para nada, a pesar de costarme un buen pico, pero bueno tampoco pretendía yo utilizarlo para nada. En ese curso lo primero que me enseñaron fue que los tratamientos son unas normas de cortesía que se utilizan en los actos oficiales y sobre las autoridades o cargos oficiales. Es decir que si yo le escribo una carta personal a un ilustrísimo señor a su casa, no lo hago por el cargo que ostente, sino por la relación que pueda tener con él y no es necesario el tratamiento, sino que con un Sr. Don, va que chuta. Claro que eso también depende mucho del grado de peloteo que quiera hacerle a ese señor.
Imaginemos que ese señor, además del cargo, tiene una fábrica de guantes, y yo le escribo pidiéndole una partida. Entonces sí que me parece una tontería el Ilustrísimo, claro que también cabe ponerle “Ilustrísimo Señor Guantero”.


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