Mi amigo Vicente R. Jurado pone
en Facebook una entrada donde dice que está comiendo “fish and chips”, que me
ha recordado una historia que me pasó hace ya un montón de años en un viaje que
hicimos unos amigos a Londres.
Imaginen lo que es soltar a siete
catetos sanluqueños en la city de Londres a las siete o las ocho, de la tarde,
en diciembre, con las calles totalmente oscuras y con más hambre que un caracol
en la vela de un barco.
- Vamos a buscar algún sitio donde comer.
Nos pusimos a buscar un bar cercano
al hotel donde estábamos y después de un ratito de búsquedas nos metimos en un
lugar donde se vendía comida y nos pusieron los clásicos “fish and chips”,
pescado y patatas.
Yo estaba comiendo y veía una
gente muy rara en las mesas, pero bueno, tampoco quería decir nada, que uno es
medianamente prudente y no comentó nada. Bueno, ya antes nos habían dicho que
no nos podían servir cerveza, que para tomar cerveza teníamos que ir a uno de
los bares de la acera de enfrente, que la servían hasta las once de la noche. Una
extraña norma, pero que se puede esperar de los que conducen al revés que todo
el mundo. Nada, sin cerveza.
Pedimos la cuenta y a todos nos
llamó la atención lo barata que había sido la comida, pero tampoco estábamos nosotros
para mucha concentración, después que llevábamos desde las 5 de la madrugada de
coche a avión, de avión a aeropuerto, y de aeropuerto a otro avión, que no
parece más que íbamos a Australia.
A la mañana siguiente nos
levantamos temprano, íbamos a ir al Museo Británico, y al llegar al metro noté
algo raro. Bueno, lo raro era que las personas que estaban pidiendo en la boca
del metro eran las mismas que habían estado la noche anterior comiendo con
nosotros, cosa que a mí tampoco me importaba demasiado, pero lo que descubrimos
más tarde cuando a la vuelta pasamos por delante del lugar donde habíamos comido
es que no era un restaurante, sino una especie de Albergue para mendigos, pero
la comida estaba buena.
Nota: La ridícula foto que he
puesto con ese sombrerito de mi amiga Lola Cañero, es que es la única que tengo
del viaje a Londres. Claro, que con ese sombrerito no me extraña otra anécdota
que también me ocurrió y no sé si algún día contaré, creo que no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario