He querido dejar reposar la noche algo que viví ayer por la
tarde, por aquello que me dice mi madre de el cabreo de la noche, déjalo para
mañana, por pensar si no estaría yo exagerando un poquito, pero les aseguro que no.
Resulta que ayer por la tarde – noche,
les aseguro que sin que me haya pasado nada en concreto he sentido pánico, pánico
en carne ajena, porque conmigo no iba la historia.
Circulaba por la solitaria calle Baños,
camino de la Dehesilla, cuando he visto salir corriendo de la cuesta de Almonte
una pandillita de unos quince o veinte chavales que estarían entre los diez y
catorce años, hablando, gritando y riendo. Todos corrían por en medio de la calle y por lo pronto pensé
que se trataba de uno de esos juegos que suelen hacer a veces, una de esas yincanas.
De pronto veo aparecer también
por la calle Almonte a un hombre y después una mujer que gritaban “Sinvergüenzas,
gamberros, os he visto”, y cosas parecidas. Eran dos jóvenes indigentes, e
imaginé a los jóvenes gamberros por la cuesta de Almonte acosando a las dos
personas aprovechando la soledad de la cuesta, la mayoría del grupo y la poca
vergüenza.
Os aseguro que cuando lo pensé
sentí verdadero miedo, terror y pensé que sería terrible encontrarse de frente con ese grupito,
que seguramente eran los mismos o primos hermanos de los que la noche anterior
se dedicaron a tirar huevos a los autobuses, calles, puertas o a las personas que les dio la gana, supongo que porque ellos y lo que
hacen son totalmente divertidos.
¿Qué soy exagerado? Os aseguro
que ver aparecer el grupito por la solitaria calle Baños, semi oscura al atardecer
y ver después a los molestados, si no agredidos, que no pude preguntarle a
ninguno de los dos, es cuando menos una secuencia de miedo, al pensar, ¿qué podría
hacer si esos niñatos por cualquier circunstancia les da por mí?
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