Este artículo fue publicado por mí hace unos días en el periódico Sanlúcar Información, pero al estar totalmente vigente es por lo que lo reproduzco aquí hoy.
No estoy seguro si en todos los
pueblos será igual pero he de reconocer que en nuestra ciudad tenemos una
casta, palabra muy de moda en esta época que nos ha tocado vivir, que son los
arquitectos, peritos y diseñadores honoríficos, de los que tenemos una cantidad
inmensa, la gran parte de ellos estarían dentro de los que podríamos llamar
“maestros liendres”, esos que los englobaríamos como que todo lo saben y de
nada entienden.
Claro que la mayoría de ellos les
suele venir la inspiración delante de un café, una copa o un cubata, una
tertulia, pero si se nos ocurriera decirles que te firmen algo, que se hagan
responsables, la carrera que cogen es de madre y señor mío.
- Yooooo…Me voy, me voy, que tengo
un montón de cosas que hacer.
Esta mañana misma presencié una
escena que me chocó un poco, o mucho. La escena transcurre en una céntrica
calle de nuestra ciudad, concretamente en la calle de la Capillita. Al llegar
veo en el suelo, perdón por lo escatológico de lo que voy a contar, una enorme
caca de perro, tan grande que si no fuera porque aquella calle es una calle
peatonal, hubiese pensado que por allí había pasado un coche de caballos,
aunque desde hace un tiempo he observado que la mayoría de los coches llevan un
artilugio para no ensuciar las calles, cosa que me parece muy bien.
Si me llamó la atención el
excremento perruno abandonado por el dueño en el suelo, mucho más me chocó el
corrillo de gente que se había creado en las cercanías, que comentaban y
hablaban de la situación, y como uno es curioso, cotillo y sin otra cosa mejor
que hacer que escuchar para después contar lo que veo y escucho, aquí tienen lo
vivido.
- ¡Que tío más guarro!.
- Mira que dejar eso ahí.
- Desde luego que se merece una
buena multa. ¡Una buena multa!
- Y se fue con toda la cara dura.
- Si es que no hay policías por las
calles.
Yo iba aminorando la velocidad de
la silla de ruedas hasta casi parar y aumentando la atención que ponía a la
conversación que también subía de tono, hasta casi acordarse hasta de la
familia del presidente del parlamento europeo, y de todos los que están antes.
Estaba indeciso, pensando lo
mejor no sería salir pitando, entre otras cosas porque yo no había visto al
animal dueño del canino, que cuando llegué solo estaba el regalito en el lugar y
no me apetecía meterme donde no me llamaban, que la experiencia me dice que a
no ser que uno se meta en la conversación de forma que le eche la culpa a
alguien, termina enfadándose con alguien, fijo.
Pero veía que si no hablaba podía
terminar reventando como un “ciquitraque”, se me ocurrió preguntar.
- ¿Y nadie lo vio?.
Silencio sepulcral, pero por las
caras y las expresiones me di cuenta que más de uno de los que allí estaban
habían presenciado la escena, así que imprudente de mí se me ocurrió soltar la
frase…
- ¿Nadie le dijo nada?.
No había terminado la frase
cuando observé que el corrillo se terminaba, la gente se marchaba, me quedaba
solo con la mierda de perro al lado, y solo a una señora escuché ya de espalda,
mientras se iba.
- ¿Yooooo?. Yo no me meto en donde
no me llaman, que después pasa lo que pasa. Yo no me meto en líos.
Y me di cuenta que lo que pasa es
que aquello se quedó allí y nadie fue capaz de increpar al que había obrado tan
mal, porque no quería meterse en líos.
Palabras:
Ciquitraque:
Era una tira de cartón enrollada
que tenía unos pegotones de pólvora u otro material explosivo, que al arañarlo
con el suelo, pared o una piedra explotaba haciendo ruido.
El nombre que aparece en la Real
Academia Española es triquitraque, que lo define como rollo de papel con
pólvora, suponiendo que aquí por deformación llegó a ciquitraque.
De ahí viene la frase “explotar
como un ciquitraque”.
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